Todos eran
jóvenes médicos residentes, desparramaban ilusión y ganas por aprender.
Admisión de Urgencias de cualquier Hospital de la Región de Murcia, era el
lugar más solicitado por todos aquellos flamantes médicos que realmente aman su
profesión. “Es donde más se aprende” decía uno; “Se ven patologías de las más insospechadas”,
decía otro.
Y era cierto.
A Urgencias
acudían pacientes de diversa patología: accidentes laborales, tráfico o
domésticos; y también por enfermedades de etiología variada.
Una noche de
verano ingresó un personaje que llamó la atención de los Residentes de Guardia.
Iba acompañado de ilustres –preocupados- del mundo de la cultura. Aparentemente
no tenía nada grave. Presentaba unos ligeros vértigos, leve taquicardia, pero
sobre todo una profunda congoja.
-¿Ha tenido un
disgusto? –preguntó uno de los jóvenes facultativos mientras lo auscultaba.
El paciente
con la mirada perdida negaba moviendo la cabeza.
-¿Ha sido
atracado? –preguntó otro.
También lo
negaba. No había forma de sacarle palabra. “Lo mejor será preguntar a los
acompañantes” dijo el médico que llevaba la voz cantante. Realmente estaba
interesado en el caso.
-¿Ustedes
estaban con el paciente cuando le aparecieron los síntomas?
-Sí –respondió
el que parecía hacer de portavoz del grupo.
-¿Qué estaba
haciendo? –preguntó el facultativo.
Los
acompañantes se miraron turbados; al cabo de unos instantes respondió el que
hacía de portavoz:
-Viendo la
puesta de sol en el Mar Menor –dijo con voz trémula, avergonzado por la causa
-.Parecía extasiado.
¿Quién podía
creer que por ver una puesta de sol en el Mar Menor podía producirle un
síncope? El médico volvió a repasar el electrocardiograma y bioquímica en
sangre; todo estaba normal. ¿Qué estaba pasando con este paciente?
Los animosos
médicos decidieron que había que consultar con el Jefe de Guardia; un galeno
veterano y curtido, con más de 20 años de experiencia.
Al cabo de un
instante se presentó el Jefe de Guardia, lanzando un sonoro resoplido tras un
bostezo. Echó una ojeada al paciente, sobre todo a los acompañantes.
-¿A qué se
dedica este señor? –preguntó deliberadamente tras ver la casta de amigos que
habían venido con él.
-Es poeta y
pintor –respondió uno de los amigos.
-¿Y ustedes?
-También somos
del gremio poético y cultural de la ciudad –añadió otro.
El veterano
médico volvió a mirar al cariacontecido enfermo.
-¿Es
extranjero, verdad?
-Sí, escocés.
El Jefe de
Guardia se dirigió a los médicos residentes y les preguntó:
-¿Habéis oído
hablar del ‘Síndrome de Stendhal’?
Todos se
excusaron, desconocían su existencia.
-Id a la
Biblioteca Médica y en diez minutos os quiero aquí con un diagnóstico –ordenó
con firmeza.
Resulta que
existe una enfermedad denominada ‘Síndrome de Stendhal’ o ‘Enfermar de
belleza’, también llamado ‘Sindrome de Florencia’. La causa es por un exceso de
belleza, tal como le sucedió al escritor francés Stendhal en 1817 cuando visitó
Florencia. Ocurrió que al entrar en la Basílica de Santa Crote, quedó impactado
de tanta hermosura y magnificencia que le sobrevino un cuadro clínico cardíaco,
vértigos y obnubilación. De ahí viene el nombre del ‘Síndrome de Stendhal’.
Al cabo de
media hora, se hicieron presentes los residentes en la sala de Sesiones
Clínicas; habían investigado en los archivos y en la biblioteca del Hospital,
también en revistas médicas y a través de internet.
La sorpresa de
los jóvenes médicos fue mayúscula; no entendían cómo se podía enfermar de
belleza, y ante la cara de incredulidad que manifestaban, el Jefe de Guardia
les ilustró dicho síndrome.
-¿Recordáis lo
que dijo Paracelso? -dijo el veterano
médico-. Todo es tóxico a dosis excesivas. Y la belleza puede serlo.
Los médicos
residentes oían con sumo interés al Jefe de Guardia.
-Pero ¿cómo se
produce la causa-efecto? –preguntó uno de los médicos en ciernes.
-Muy
sencillo-dijo el médico veterano-. No es la sustancia; es la dosis la que hace
enfermar. Un medicamento en la dosis adecuada puede curar, pero administrada
demás puede matar. Y esto no es válido sólo para las sustancias químicas;
también actúa en el alma humana, en la psique…
El Jefe de
Guardia volvió a examinar al blanquecino y pecoso paciente escocés. Luego
volvió a dirigirse a sus residentes:
-¿Veis a este
escocés? ¡En su vida ha visto un atardecer lleno de luminosidad y fulgor como
los del Mar Menor! –afirmó con rotundidad-.Además, si tiene un espíritu
sensible e impresionable, la dosis de sol mediterráneo actuó como una
sobredosis.
Tenía razón el
médico veterano. El escocés jamás había salido de su lluviosa y oscura Escocia;
de pronto, sus amigos, amantes de lo bello y estético, lo invitaron a disfrutar
de un atardecer a orillas del Mar Menor. Casi fue su colofón vital… por exceso de
belleza.
©antoniocapelriera