Personas de exiguo talento utilizan fórmulas estrambóticas
para hacer creer que lo tienen; y no se ruborizan cuando lanzan a los cuatro
vientos sus 'virtudes'.
Tuvo gran repercusión los versos de un 'pseudotalentoso'
poeta entrado en años, que no eran más que estrofas de coplas antiguas,
desconocidas para los –relativamente- jóvenes escritores.
Pero un día sucedió lo imprevisible.
El falsario poeta, a modo de presentación, tuvo la original
idea de pregonar sus versos en una casona señorial, y para tan gran ocasión,
invitó a lo más florido del mundo literario de la provinciana ciudad.
Cuando llevaba recitando la tercera entrega de sus
manuscritos, con voz engolada y cadenciosa, -creyendo que así lo hacía de
maravilla para cautivar a sus oyentes-, ¡asomó lo inesperado! En una de las
pausas que hacía entre líneas, surgió de la nada un hilo de voz cantando a
duras penas una canción con ¡las mismas letras que el recitador!
Todos los presentes miraron hacia el lugar de donde salía la
voz. Era una anciana, sentada en una vieja mecedora, que entre meneo y meneo,
cantaba con dificultad y emoción unas coplas que no eran otras que las mismas
que recitaba el embaucador.
Uno de los presentes, sorprendido y a la vez curioso, se
acercó a la enjuta anciana, y le preguntó:
-¿De dónde conoce esas letras?
-Las cantaba mi abuela; se las enseñó mi abuelo cuando
regresó de Cuba.
Y era cierto.
La anciana conocía muchas coplas olvidadas en el tiempo, que
su abuelo se las cantaba a su abuela cuando regresó de la última de las
colonias en Hispanoamérica: Cuba.
¿Y cómo sabía el falsario y embaucador poeta las letras? Muy
sencillo. Este, había emigrado a tierras del Nuevo Mundo tras la guerra civil
española, y ya de vuelta se aficionó por la poesía, llegando a hacerse un
nombre entre sus colegas literarios; sin embargo, estos no sabían que los más
bellos versos eran coplas del año en que se perdió Cuba.
©antonio capel riera.